Opus nigrum by Marguerite Yourcenar

Opus nigrum by Marguerite Yourcenar

autor:Marguerite Yourcenar [Yourcenar, Marguerite]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1968-01-01T05:00:00+00:00


La enfermedad del prior

Un lunes de mayo, festividad de la Santísima Sangre, Zenón despachaba su comida, como de costumbre, en la posada del Grand Cerf. Estaba sentado solo en un rincón oscuro. Las mesas y los bancos situados cerca de las ventanas que daban a la calle se hallaban, al contrario, especialmente llenos de gente, pues se podía ver la procesión desde allí. La patrona de una casa de trato, que dirigía en Brujas un conocido burdel, y a la que por su corpulencia apodaban La Calabaza, ocupaba una de aquellas mesas en compañía de un hombrecillo pálido que pasaba por ser su hijo y de dos mozas de su establecimiento. Zenón sabía quién era la Calabaza por las recriminaciones de una muchacha tímida que a veces iba a pedirle una receta contra su tos. Aquella criatura no paraba de hablar de las villanías que le hacía la patrona, que la explotaba y, además, le robaba su ropa fina.

Un grupito de guardias valones, que acababan de rendir honores a la puerta de la iglesia, entró allí para comer. La mesa de La Calabaza le gustó al oficial, quién ordenó a aquellas gentes que se largaran. El presunto hijo y las furcias no se lo hicieron repetir dos veces, pero La Calabaza tenía el corazón lleno de orgullo y se negó a moverse de su sitio. Empujada por un guardia, que trataba de hacerla levantar, se agarró a la mesa y volcó los platos que en ella había; una bofetada del oficial dejó una huella lívida en la gruesa mejilla amarillenta. Chillando, mordiendo y agarrándose a los bancos y al montante de la puerta, tuvieron que arrastrarla los guardias para sacarla fuera. Uno de ellos, con el propósito de hacer reír a la gente, la pinchaba en broma con la punta del estoque. El oficial, instalado en el sitio conquistado, daba órdenes desdeñosamente a la sirvienta que estaba limpiando el suelo.

Nadie hizo ademán de levantarse. Algunos soltaron unas cuantas risotadas por cobarde complacencia, aunque la mayoría, al contrario, volvía la vista o refunfuñaba, metiendo las narices en el plato. Zenón presenció la escena con una mueca de repugnancia: La Calabaza era despreciada por todos; suponiendo que hubiese podido luchar contra la brutalidad soldadesca, la ocasión era desfavorable y el defensor de la opulenta mujer no hubiera recolectado más que rechiflas. Más tarde se supo que la alcahueta había sido azotada por atentar contra la paz ciudadana y llevada de nuevo a su casa. Ocho días después, atendía su burdel como de costumbre, enseñando, a quien quisiera verlas, sus cicatrices.

Cuando Zenón fue a cumplir con su deber cerca del prior, que guardaba cama, cansado de haber seguido la procesión a pie, lo halló al tanto del incidente. Zenón le contó lo que había visto con sus propios ojos. El religioso suspiró, dejó la taza de hierbas y dijo:

—Esa mujer es un desecho de su sexo, y no os desapruebo por haber mantenido cerrada la boca. Mas ¿acaso hubiera protestado alguien si se



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.